LAS PERIFERIAS (POR ANDREA PERILLI)

OPINION

La periferia es un lugar difícil de definir. La Real Academia Española arroja tres distintas acepciones del término, quizás la más cercana a la que buscamos explicar es la tercera: “Parte de un conjunto alejada de su centro, especialmente la de una ciudad”. Pero la periferia no es simplemente un espacio geográfico, sino también un terreno con características sociales propias, con sus luces y sombras, pero sobre todo, con un gran sentido de pertenencia por parte de quienes la habitan.

La política no puede entonces pensarse sin tener en cuenta a la o las periferias, que a veces son concebidas como la pieza más difícil de encastrar cuando el discurso más extendido plantea una simple oposición entre la ciudad y el campo, Montevideo-el interior si lo bajáramos a tierra en nuestro país. ¿Quién se ocupa de las periferias?

Las periferias son espacios de transición, donde los límites se diluyen. Ni tan acá, ni muy allá. Donde uno no se siente propio de una ciudad, pero tampoco se identifica con la de al lado, ni con el espacio rural que viene a continuación, ni con nada de eso. Son los límites de los que hablaba Lotman en su semiósfera, lugares donde varios factores (llámense económicos, sociales, demográficos) confluyen. Una mezcolanza de realidades, de sentidos, de historias, incluso de sonidos, colores, y paisajes. Ninguna periferia es igual a la otra, pero todas parecen caer en el mismo lugar común.

También desde la objetividad se podría plantear que las periferias son lugares sin veredas, donde no todas las calles están alumbradas, incluso algunas no están asfaltadas. Lugares donde un ómnibus sale cada veinticinco minutos y para llegar al centro hay que salir con hora u hora y media de antelación. Las imágenes mediáticas han pintado, con el paso del tiempo, a las periferias como lugares violentos, inseguros. Hechos trágicos y desafortunados han etiquetado a barrios como un todo. Sin embargo, también hay algo de realidad allí: hay inseguridad, hay violencia, hay problemas habitacionales y territoriales. La cuestión está en encontrar un oído que los escuche y unas manos que trabajen esos problemas.

La izquierda, que históricamente ha levantado la bandera de los más postergados, no puede pasar por alto a las periferias. La idea de que son lugares donde “los votos están” y por eso los esfuerzos destinados son menores debe ser hecha a un lado. Los cálculos de imagen y el qué-dirán también. Incluso debe desnudarse de la estereotipación que usualmente se da con las periferias: el cómo presentarse, lo que sus habitantes supuestamente quieren escuchar, o qué reacciones ir a buscar. No se trata de fórmulas pre-armadas que se aplican y resultan exitosas en territorios que los comandos no pisan o que en el imaginario popular parecen tan lejanos. Se trata de compatriotas con problemáticas cotidianas, similares o distintas a las que programáticamente se busca enfrentar, las cuales merecen ser escuchadas y, eventualmente, solucionadas.

Pero no solo se trata de volver a escuchar a las periferias en tiempos electorales. Como mencionamos anteriormente, las problemáticas que los compatriotas que habitan las periferias, sean cotidianas o nuevas, deben ser respondidas con un plan de acción. Con manos a la obra. La escucha debe transformarse en el accionar. Y no por fines electorales, que bien podría discutirse si todo lo que hace la política es electoral o para transformar la realidad, sino porque se trata de compatriotas cuyas vidas pueden y deben ser mejoradas gracias a la acción política, que nunca debe saltearse a las periferias.

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